4 de abril de 2010

La Evaluación como proceso social de transformación y enriquecimiento cultural.

Escrito por: Santiago Piñerúa Naranjo


Los procesos de formación se inscriben en marcos globales de referencia a los cuales responden y hacia los cuales tienden de manera tácita dentro de la configuración de sus realidades y la de los individuos que en ellos participan. Dentro de los imaginarios de las sociedades el resultado, como producto, constituye la demostración de la pertinencia e importancia de una actividad, proceso y, aunque suena incomprensible, también de un sujeto. El sujeto como actor social. El sujeto como generador de capital. El sujeto como miembro de un grupo social determinado. El sujeto como constructor de vínculos humanos y sociales.

Todas estas posibles facetas de un mismo individuo le permiten actuar en pro de un crecimiento personal y a su vez, de los que le rodean y su entorno, pero sólo es posible lograrlo si a la postre se forma de manera transversal un pensamiento reflexivo que se valga de la evaluación de procesos como herramienta de seguimiento.

La educación posibilita la creación de una actitud reflexiva y una conciencia crítica y propositiva que permiten a los individuos comprender y posteriormente transformar su entorno. El arte como lenguaje y espacio de expresión presenta una herramienta de gran relevancia para la elaboración de discursos de pertinencia en las realidades sociales. La educación artística entonces, sea cual sea la práctica que aborde, permite a los individuos comprender, dialogar con y transformar la sociedad desde la singularidad de los individuos y la colectividad de sus propuestas. Esta situación casi paradójica de ambivalencia entre la expresión del sujeto y la de su sociedad a través de un mismo elemento como es la obra de arte, constituye un valor agregado de la educación artística frente a las demás disciplinas de la educación y a la vez un riesgo en los procesos de evaluación y valoración de la singularidad.

La constitución de una educación artística amplia, plural y progresista que fomente la reflexión como herramienta de cambio; que busque la formación del sujeto en primera instancia para una posterior transformación de su entorno; que permita la creación de espacios de expresión y diálogo entre las comunidades y sus individuos es la meta del sistema educativo en su articulación con el sistema cultural.

Es necesario que los miembros de las comunidades y de las comunidades académicas se reconozcan como actores con voz y voto dentro de la construcción de dicha educación artística, que aunque suene utópica, no está alejada de lo que se ha venido desarrollando en el país. El reconocimiento del otro, la apertura de fronteras sociales, los espacios dialógicos dan cuenta de ello y constituyen pilares para el erguimiento de una educación artística relevante dentro de los imaginarios de nación.

Somos parte fundamental los educadores artísticos, pero también los artistas, los estudiantes, las familias y el Estado en dicha empresa. Necesitamos hablar un lenguaje común que nos determine y que nos guíe dentro de la labor de concertar todo un sector cultural y todo un sector educativo, para ello es sumamente importante incorporar constantemente en nuestra labor la capacidad reflexiva que poseemos y a veces olvidamos. Es vital como profesionales reconocer que sólo la calidad en lo que hacemos y en lo que participamos constituye una boleta para el éxito propio y el de nuestra profesión. De manera consciente debemos integrar la evaluación, más allá de la su figura inquisitiva, a nuestro quehacer diario para propender hacia productos artísticos de calidad con alto impacto social y sitio de reconocimiento de la sociedad.

Como país debemos reconocernos fuera de los slogans publicitarios que nos entorpecen. Las manillas de “Colombia es pasión” no encierran realmente la colombianidad ni determinan si se es más o menos colombiano. Trasformar al país tal vez sí. Saber las letras de Juanes o Shakira y vibrar por sus logros enaltecidos en los medios no nos posicionan como un país con riqueza cultural. Reconocer nuestras expresiones artísticas y comprender su relación con nuestros pueblos y sus estilos de vida tal vez sí. Extrañar el ajiaco, los tamales y la bandeja paisa por citar alguno platos típicos desde el extranjero tampoco hace arte y parte de la Colombia que se está construyendo. Saber de dónde procede, saber prepararlo y reconocer un buen ajiaco, unos buenos tamales y una buena bandeja tal vez sí.

Entendernos como sujetos, como familias, como barrios, como localidades, como regiones, como culturas y como país es hacer mella en el arte, es evaluar nuestros discursos, nuestras maneras de ser y nuestras necesidades. Actuar después de evidenciarlas es nuestra responsabilidad.

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